sábado, 8 de diciembre de 2007

HISTORIAS CONTADAS EN EL BAR “EL JABALI”

Comenzaré por decir que las historias que se platicarán de cuando en cuando en este blog no tienen mucho que ver conmigo. Solo una que otra referencia cruzada o acaso un leve encuentro de dos trayectorias en un punto específico. Nada más.

Javier Culebro, alias “el flaco”.

Una mediodía cualquiera, Javier y yo nos encontramos para tomar unas cervezas en “El Jabalí”. No era de los que se hicieran esperar. Se apareció con su delgada figura y su nariz aguileña en la puerta del bar. Tras un rápido examen de la concurrencia, me descubrió en una mesa del fondo y se dirigió a mi encuentro de inmediato.
No pude dejar de notar que el cinturón grueso, de ancha hebilla, estaba atorado en una nueva perforación. Unos cuantos agujeros mas y de seguro la punta del mismo daría dos vueltas alrededor de su mínima cintura.

Pero no quisiera transmitir una impresión injusta de Javier. Es cierto que cargaba a cuestas un nombre anodino, tal como Juan ó Antonio, pero en realidad no era mal tipo.
En aquel entonces, era de las raras gentes con modales y una buena educación con las que se contaba en la empresa donde trabajábamos.

Seré breve: Javier era el último hijo de un hombre mayor. Por lo que he observado antes, los hijos menores de los otoñales suelen ser conservadores y ahorrativos.
Este era ahorrativo, bien vestido y pulcro. Para casi cualquier caso que se discutiera, ponía como ejemplo la sabiduría de su papá.
Era un hijo de papi, pues. Educado en universidad privada, con cursos de inglés vespertinos y clases de karate desde su mas tierna infancia.

Regresemos al “Jabalí”. Todas las meseras en los bares y demás antros de los suburbios son por lo general gordas, corrientes y exageradas en todo. La mujer que atendía nuestra mesa, corresponde a esa descripción.
Le pondré como nombre Elva. Esa tarde traía un escote espectacular y una minifalda que dejaba ver sus piernas cual jamones, punto menos que grotescos.

¿Qué les sirvo caballeros?.

- Dos negras por favor- Le pedí a Elva, sin dejar de pensar que caballero, lo que se dice caballero, no soy.

En consideración al breve tiempo del lector, les contaré lo que me confesó en esa ocasión Javier Culebro.

En un anterior trabajo que tenía, conoció a una mecanógrafa llamada Martha. Se hicieron novios al poco tiempo. Martha hablaba poco de su familia. Pero la verdad es que no hubiera hecho falta. Vivía en una colonia de mala fama, con vecinos de dudosa calaña y tenía una hermana con un marido de muy mala catadura.

Un mal día, se presentó la pareja ante el papá de Javier. No He dicho que su papá era un doctor del seguro social camino al retiro. Gracias a todos los años de trabajo y de contar chiles, había logrado tener una bonita casa en un lugar de esas que aparentan bonanza .

En pocas palabras le plantearon que se iban a casar. El papá quiso tragar camote, pero no pudo. Con preguntas sesgadas, quiso saber si la chica estaba embarazada. No lo estaba. Quiso saber que urgencia tenían. No la tenían en realidad, pero querían casarse.
Resignado, quiso saber si contaban con algunos ahorros. No contaban

Se casaron. Rentaron con la ayuda del doctor un departamentito en una linda zona.
En su nueva condición, ahora Javier tenía que soportar a su familia política. A la suegra la había dejado el marido y no tenía un cinco. La hermana, casada con el mono de la mala cara , formó de plano con éste una pareja ideal y lo peor de todo, transa.

Todo esto y la monserga de parte del doctor y su familia hicieron que Javier entrara en crisis. No deja de ser irónico, pero cuando uno entra en una crisis, siempre hay encuentros desgraciados con las personas menos indicadas.

En un centro comercial de la zona, Javier se encontró con un par de ex compañeros de la preparatoria que siempre andaban juntos y a los que apodaban “Los mariguanos”.

Sí eran mariguanos. Luego de saludar a Javier, le comunicaron que estaban planeando irse de aventura a Europa a la brevedad y que si quería, podía acompañarlos.

A los pocos días, Javier se miró en el espejo de un baño de un jumbo jet en camino a Europa. Se acicaló y se lavó las manos en aquel mínimo espacio. Cuando regresó a su lugar, contemplo a “los mariguanos” que estaban dormidos, perdidos de borrachos.

Le esperaba un largo año de trabajo y diversión en los lugares mas inesperados. En medio de una trifulca, se había despedido de su esposa temporalmente (no divorciado).
No hace falta adivinar que le dejó algo de dinero y que la lana se la dejó a su papá para que se la fuera dando cada mes en su nombre.

Con “los mariguanos”, trabajó de mesero en Suiza y de recolector de frutas en un Kibutz de Israel. En España lavó platos y en Italia limpiaba unos departamentos.
El dinero que ganaba era justo para sostenerse él mismo y no para mandarle a su familia. En un año, estaba de regreso en México.

Huelga decir que si encontró en una banca a su Penélope. Pero esa Penélope no tenia nada de poética y si un montón de facturas que pasarle a su moderno Ulises.
Pero las facturas, o mas bien dicho la venganza, es una sopa que se toma fría. Ella, Martha, ya sabría como desquitarse poco a poco, con la paciencia de Job.
Comprenderán ustedes que no fui tan indiscreto para preguntarle por las acciones de su esposa luego de su regreso.

- ¡Elvaaaaa!- ¡Otras dos negras modelo por favor¡ le grite a la “jamoncita” que estaba distraída..
- Si. Otras dos negras, por favor- Dijo Javier.

3 comentarios:

Carola dijo...

.. una frase que leí en un libro de Elena Garro y que me encanta, es el que alguien tenga piernas de almohada doblada.
Así me imaginé ahorita, a la jamoncita..

Da gran gusto encontrarme con tu nuevo post.
Besitos

Anónimo dijo...

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CARLOS GARCIA MARTINEZ dijo...

QUERIDÍSIMO HERMANO:

Como te agradezco estos artículos que me llenaban de gozo. Algún día te lo expresé.
Lamentablemente no habrá más, haz llegado a fin de tu camino.
Lo que si debes saber, en donde quiera que te encuentres que precisamente tus escritos me han animado a escribir mis memorias que proximamente te enviaré a tu dirección gvalero40@elcielo.com.
Siempre te recordaré mi negro.
Tu hermano que te quiere.
Luis Francisco.